martes, 27 de junio de 2017

El don Juan que se llamaba Pedro




    Pedro de Valdivia estaba ya fuera de peligro... Pero nunca había estado tan grave.

Parecía tener diez años más, como las pirámides de Egipto y los niños precoces; la invasión de cabellos grises había saltado los límites tolerables de las sienes; sus ojos carecían de brillo en absoluto, y ni su cuerpo se erguía con la gallardía de antes, ni su cerebro funcionaba con el empuje habitual.

Era igual que una de esas ruinas románicas perdidas en el campo, que utilizan los gobiernos para exacerbar el turismo y los pastores para guardar el ganado.

Y Ramón (su criado) se preguntaba cómo resucitarle. Valdivia, a semejanza de don Felipe el Hermoso, no tenía ningún interés en resucitar. Lo miraba todo con esa inexpresión del que vive en un mundo distinto o del que ha recibido un estacazo en la base del cráneo. Ramón convino con Camila, Gela, Tatiana, Lilí, Germaine y Denise que lo visitaran, pero fueron sucesivamente rechazadas por él.

Camila y Gela.

A las alemanas les tocó el primer turno.

-¿Qué te ocurre, liebling?

-¿Qué te ocurré, schatz?

-¿Es que ya no te gustamos?

-Precisamente -contestó él-. Estáis tan rubias y tan espumosas que parecéis dos jarras de cerveza.

Y cuando las convenció de que parecían jarras de cerveza, "las despachó" (que es lo que siempre se hace con las jarras de cerveza).


Tatiana.

La rusa había intentado atraérselo poniendo en juego toda su sensibilidad eslava, presentándose ante él con la rubaschka abierta, llevando al aire sus senos (sus senos, que eran como porteros de cabaret: dos, morenos, erguidos y colocados a derecha e izquierda) e invitándole:

-¡Míralos, Pedro!...

-Los veo.

-En nuestra primera noche de amor dijiste de ellos que eran las bocinas de mi sensualidad... ¡Ven!
¡Toca!...

Y él contestó:

-Gracias. No soy chófer.

Lilí.

Lilí, la españolita, le lloró -como de costumbre- y quiso emocionarle recordándole que por él había perdido su virginidad.

-¿Qué podré hacer ahora? -sollozó.

-Busca otro hombre y procura perder tu virginidad de nuevo. Será la octava vez que la pierdas, pero acaso tengas éxito esta vez.

Germaine.

Germaine, la más humilde y más niña de todas, apoyó la cabeza en su hombro mirando al cielo, y susurró, como la noche en que se le había entregado:

-Explícame las estrellas, mon chèri...

Y él contestó con aire de antiguo miliciano:

-Una en la manga, alférez; dos, teniente; tres, capitán. Una en la bocamanga, comandante; dos, teniente coronel; tres, coronel...

Y Germaine se retiró a sus habitaciones, llorando en silencio.

Denise

Denise se abrazó a él, declarando:

-Te lo perdono todo... El que me engañaras con aquella mujer del tren, y el que me hayas engañado con Tatiana, y con Camila, y con Gela, y con Lilí, y con Germaine...

Él replicó, llevándola hacia la escalera:

-Pues yo no te perdono a ti nada... Ni el que me quieras, ni el que engañes a tu marido, ni el que seas linda, ni el que seas mujer...

Y cerró la puerta pasando el cerrojillo.


Enrique Jardiel Poncela. "Pero... ¿Hubo alguna vez once mil vírgenes?" 
Cuarta Parte, Capítulo 3, Escena 13. Madrid. 1930



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