Fue Muñoz Seca autor de fertilísimo ingenio, de copiosa inventiva, de
personalidad inconfundible hasta ser creador de una manera y un estilo
que abriría la puerta posteriormente a los más jóvenes autores del
teatro del absurdo como Jardiel Poncela y Mihura.
Al estallar la Guerra civil, fue detenido en Barcelona, donde se estrenaba La tonta del rizo,
acusado de tener ideas monárquicas y trasladado a Madrid, a la recién
creada Cárcel para hombres, número 2 ―establecida en el colegio de los
Escolapios de san Antón. Un día les dijo a sus carceleros: “Me
podéis quitar todo, la familia, la libertad, mis bienes. Pero, ¿sabéis
lo que no podréis quitarme jamás? El miedo, este miedo horrible que
tengo”.
El 28 de noviembre de 1936 fue sacado de la cárcel, como
otros miles de prisioneros, y fusilado sin juicio alguno. Antes de ser
ejecutado se dirigió a sus verdugos diciéndoles: “Me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades”.
A Pedro Muñoz Seca le asesinó la barbarie. Porque la barbarie no sabe reírse. Ni entiende de cultura. Ni lee un solo libro. "Y odia tanto, que no tiene tiempo para pensar".
«Lo único que hay en el mundo digno de estimación, después de una buena mujer, es una buena carcajada. Y quienes la produzcan con su arte, con su ingenio o su gracia, merecen la gratitud de las gentes. ¿Qué haré yo para que los que sufren dejen de sufrir un instante y rían? ¡Y rían, Jordán! ¡Lo más sano, lo más bueno, lo que más se parece a la felicidad!». |