miércoles, 15 de marzo de 2017

El asesino de familias


Apoyado en el tronque de un roble, el hombre le dio una última calada al cigarro y lo tiró al suelo. Mientras expulsaba el humo por la nariz, se quedó mirando la casa que tenía delante. Era la típica vivienda de una familia feliz. Tenía bicicletas en la entrada, una pelota perdida en el jardín y una pequeña piscina de plástico vacía y deshinchada. En el garaje, además de un monovolumen gris, había rastro de juguetes, dibujos y trastadas de los pequeños de la casa.

Pero no había ningún ruido en el interior. Eran casi las once de la mañana. Los niños debían estar en el colegio y el marido en el trabajo. La única que estaba ahí era la trabajadora madre haciendo las tareas del hogar. Haciendo las camas, por el trajín que se podía oír en el piso superior.

Se irguió y rebuscó algo que tenía en el bolsillo. Era un papel amarillo y arrugado. Lo desdobló con cuidado y leyó lo que ponía. Sin duda, ésa era la casa. Sintió lástima por la pobre señora que estaba en la casa y que, en realidad, no tenía nada que ver con todo este asunto. Casualidades del destino, quiso que fuese una persona inocente quien sufriría las consecuencias. Pero bueno, mejor ella que los críos, ¿no?

Se alisó la ropa, se repeinó el poco pelo que tenía y se acercó a la casa tranquila y pausadamente. Se puso delante de la puerta y llamó al timbre. Esperó unos segundos y volvió a llamar. Se oían pasos de la señora, seguramente ajetreada, bajando las escaleras y diciendo "¡Voy, voy!". Pobrecilla. No era culpa suya...

Pensó durante medio segundo en marcharse y no toparse con ella. No quería romper el seno de una familia feliz, por un simple encargo barato. A partir de hoy, seguramente, la vida de esos pobres desgraciados iría a peor. Peleas, divorcio, alcohol, drogas... el marido acabaría suicidándose en la habitación de un viejo motel de carretera, mientras la esposa, tendría que currar de camarera durante todo el día y hacer algún que otro servicio durante la noche para poder pagar la comida de sus hijos. Qué injusta era la vida. Aun así, la suya tampoco había sido fácil y tenía que enfocarla lo mejor posible. Alguien tenía que hacerlo y mejor que lo hiciera él a que se lo hicieran a él.

Notó a la mujer en la puerta, mirando por el mirador. Él puso la cara más inocente que se le ocurrió mientras sacaba su pesada arma del bolsillo del pantalón, apretándola con fuerza. Tenía que ser rápido y duro. No dejarse amedrentar por su mirada llorosa, por sus súplicas.

La puerta se abrió y vio a la mujer. Una mujer de cuarenta y cinco años con grandes ojos azules. Sus miradas se cruzaron y sus labios pintados de color rojo oscuro se movieron para decir algo... ¡pero no podía dejarla actuar! Si no, caería en su trampa. Tenía que ser más rápido que ella. Levantó rápidamente el brazo izquierdo e instintivamente, colocó la pierna derecha delante de la puerta para que fuese imposible cerrarla y dijo:

- Hola, ¿quiere una enciclopedia?

Paréntesis



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